17 de marzo de 2013

48 horas en Seúl


Hay fines de semanas que se aprovechan bien, otros que se exprimen al máximo, y luego está el fin de semana que pasamos en Seúl. Fueron solo 48 horas, pero pareció que estuvimos dos semanas.

Llegamos el viernes por la noche, la única manera que hay de hacer un viaje de fin de semana sin quedarte totalmente a medias. A nuestra llegada al centro de Seúl nos esperaba un gran amigo tras las barreras del metro, ansioso de enseñarnos la ciudad y de pasar un par de días juntos. La primera parada fue directa a dar una vuelta por la zona de bares de Seúl. No diré hasta qué hora duró la vuelta, pero sí que nos levantamos a las 9.30 y apenas dormimos 4 horas. Había que aprovechar el día.

Esa mañana nos fuimos en primer lugar a uno de los palacios más visitados de Seúl, el Gyeongbokgung. De los cinco grandes palacios de Seúl es el más grande y se encuentra situado al norte de la ciudad, casi al pie de las montañas que vigilan Seúl día y noche. Una vez vienes de China he de decir que cada vez sorprenden menos los grandes templos y la arquitectura oriental, pero aún así era parada obligatoria y mereció la pena.




Habíamos quedado a eso de mediodía para ver la zona del río y comer algo por allí, por lo que al acabar cogimos el metro y allá fuimos. Decir que el río de Seúl no es un río cualquiera. Tiene un kilómetro de ancho y divide la ciudad completamente a la mitad. Dicen que es un espectáculo en verano cuando se llena de gente practicando diversos deportes acuáticos, lo cual me lo creo porque basta un paseo por la increíble avenida del río para darse cuenta que Corea del Sur es un país muy deportista. De hecho las colas para alquilar una bicicleta eran dignas de ver. Cuando nos hicimos con una, estuvimos tres horas pedaleando paralelos al río hasta que, para rematar el cansancio, nos paramos a jugar con unos coreanos a fútbol (no era fútbol once ni fútbol sala, era algo así como fútbol veinte, o el patio de un colegio).

Tras una parada breve a descansar 10 minutos, nos dirigimos al esperado barrio de Gangnam. Ese mismo barrio que nadie era capaz de colocar en un mapa hasta hace algo más de medio año, pero que desde entonces es uno de los puntos más famosos de Corea del Sur. Y lo raro es que no lo fuera antes. Gangnam es el barrio más rico de Seúl, repleta de tiendas de lujo y centro de concentración también de la comunidad de expatriados. Las avenidas de Gangnam recuerdan a las de Nueva York (o al menos a las fotos que yo he visto), con un ir y venir de gente constante, comercios abiertos y luces al más puro estilo asiático. Allí cenamos una de las comidas más típicas coreanas y, probablemente, la única de ellas que no pica, barbacoa de carne. Desde luego no defraudó, pero no había nada en la mesa aparte de la carne que no picara. Después de cenar, un poco de Gangnam Style y a dormir un rato.



(Esta y más fotos de Gangnam en http://www.businessinsider.com/inside-seouls-district-of-gangnam-gu-2012-9?op=1)

El domingo empezó también temprano. Quedaban muchas cosas por ver y apenas 12 horas. Lo primero que hicimos fue dirigirnos al centro de la ciudad, donde se eleva una montaña que corona el Seoul Tower. Una especie de pirulí desde la cual se puede divisar la ciudad en 360 grados. Ya nos habían comentado que Seúl es una de las metrópolis más grande del mundo, con veintisiete millones de habitantes. Cuesta creerlo; hasta que subes a esta pequeña cima en medio de la ciudad. La subida al pirulí no es necesaria, cuesta alrededor de 10 euros, pero merece la pena. Y no por la subida en el que dicen es el ascensor más rápido del mundo, sino por las vistas desde arriba que mejoran incluso más las que hay desde la montaña.




Cuando acabamos, que costó despegarse de allí, fuimos, o mejor dicho nos llevaron, al Fish Market. Probablemente uno de los mejores ratos del fin de semana. Un mercado mayorista, menos explotado turísticamente de lo que pensaba, en el que cientos de puestos te ofrecen pescados y mariscos de todo tipo y tamaños. Además, tienes la opción de comprar lo que quieras y llevarlo a unos puestitos que están contiguos al mercado para que te los pasen por la plancha y te los comas allí mismo. Y eso hicimos, a muy buen precio nos comimos unas gambas, un par de calamares y un pulpito vivo de lo más sabroso (a decir verdad no sabía a nada).





Después de todo esto, aun nos quedó la tarde libre para pasear por mercados de ropa, las calles comerciales de Myeongdong o por el increíble campus universitario de Ehwa.






En definitiva, un gran fin de semana en buena compañía y en una ciudad de la que me llevo un recuerdo inmejorable. Obviamente no tiene la autenticidad de Pekín, pero es una ciudad limpia y ordenada hasta los extremos y no por ello exenta de ambiente, más bien al contrario, es una ciudad muy viva. Es el primer mundo pero con el toque asiático. Además los coreanos son unas de las culturas más civilizadas que he conocido (vale que estuve poco tiempo, pero esas cosas se notan). En definitiva, Seúl no es una ciudad con grandes monumentos turísticos o puntos de interés conocidos internacionalmente, pero merece mucho la pena vivir la ciudad, aunque solo sean 48 horas.

En cualquier caso no hay sociedad perfecta, y parece que parte del éxito económico de Corea del Sur, fundamentado en una sólida, pero también rígida educación, acarrea sus propios problemas: el documental de Informe Semanal en julio del año pasado, Prohibido Fracasar, da buena cuenta de ello.





4 de marzo de 2013

China: where amazing happens


Hace ya cinco meses que desembarcamos en este país al que llegamos sabiendo que no nos iba a dejar indiferentes, que íbamos a vivir cosas que nos resultarían extrañas y que una vez que nos vayamos seguro que nos habrá cambiado de una manera u otra.

Cinco meses dan para habituarte a muchas cosas: a comer con palillos (ahora lo raro es comerte unos noodles con tenedor),  a ir en bici esquivando todo tipo de obstáculos, a los olores (aunque no es fácil), etc. Sin embargo siempre hay alguna cosa que te sorprende, algún imprevisto en tu paseo que te hace dar cuenta que no estás en tu barrio de siempre.  

Como aquella vez que, a -15 grados volvíamos a la oficina después comer y nos encontramos con un hombre que se había montado una peluquería/barbería en medio de la acera. Parece que el negocio no le fue mal porque suele estar muy a menudo. Pero por buen negocio que sea no me imagino a alguien haciendo eso en medio de una céntrica calle de Madrid.



O todas aquellas veces que te encuentras a las chinas, y algún chino, normalmente mayores todos de 50 años, reunidos en cualquier punto de la ciudad para ponerse a bailar, a hacer taichí o cualquier danza que conlleve ejercitar los músculos. Solo les hace falta un cassette y muchas ganas, sobre todo en invierno cuando hacía menos diez grados y 400 de contaminación y lo menos que apetece es pisar la calle. (Ya subiré algunas foto que ahora que estamos a más de cinco grados se han reproducido y hay un grupito cada 200 metros).

Los hay que nos les gusta mucho mover el cuerpo, pero esos también te sorprenden de alguna manera. Si no, echen un vistazo a las macro partidas de cartas que se montan. A los torneos de baloncesto de las fiestas de mi ciudad iba bastante menos gente.



Esos shocks inesperados te pueden pasar en cualquier momento, pero en el fondo los agradeces enormemente. Te hacen sacar una sonrisa, o un gesto de negación que quiere decir “esta gente está loca”. No hace falta buscar esos momentos, te puede pasar yendo al trabajo, mientras esperas en un paso de peatones, y se te para al lado un carromato de este tipo (no es fácil volver a comer huevos después de esto):



Quizás una de las más inesperadas fue en Dalian (ciudad al noreste de China). Había oído que en Pekín hay una calle donde los padres y madres se reúnen para buscar pareja a sus hijos, aunque la verdad se me había olvidado el tema. En Dalian nos topamos de bruces con un auténtico mercado de (aspirantes a) esposos y esposas. Madres que colocaban el perfil de sus hijos e hijas (una mezcla de Linkedin y Facebook) en un pequeño parque en el que había cientos de hojas con perfiles de jóvenes de todo Dalian. En el perfil se detalla el sexo, la edad, el salario, las posesiones y los estudios de los aspirantes, de manera que los padres van dando vueltas por todo el parque leyendo los papeles a ver si hay alguno/a que cumpla sus requisitos. Ni los intercambios de cromos que hacíamos de pequeño daban para tanto… 

Ah, también había señoras de 70 años que dejaban allí su papelito diciendo lo que buscaban (una especie de carta a los reyes magos), a ver si había suerte y picaba algún jovencito.


La muchacha de este cartel tiene 25-26 años. En China a esa edad lo normal es estar ya casad@

No dejan de sorprender los chinos nunca. También su forma de ser a veces te descoloca. Al principio los tenía por gente bastante tímida. Luego te das cuenta de que hasta cierto punto, y que como en todos lados hay de todo. Pero lo que no te esperas, por ejemplo, es que a nadie le extrañe que en medio de los vestuarios de un gimnasio haya un baño con una puerta de cristal transparente. Supongo que el raro seré yo por no sentirme demasiado cómodo ahí dentro.


Con este post simplemente quería contar algunas anécdotas del día a día que te puedes encontrar y que, como decía, por lo general se agradecen. Te permiten volver a la realidad y por tanto recordarte que hay que disfrutar de todos esos detalles y experiencias que nunca sabes cuánto tiempo más vas a vivir.

Por otro lado, tengan en cuenta que Pekín en cierta manera está bastante occidentalizada si lo comparamos con ciudades menores y no digamos ya pueblos perdidos del interior. Es ahí realmente where amazing happens. O como hubiera dicho Obelix si le hubiera dado por darse una vueltilla por aquí: