Difícilmente,
o eso quiero pensar, voy a encontrar en todo el año un momento mejor para
escribir sobre la contaminación en Pekín. Y es que ayer la ciudad vivió uno de
los peores días desde que se mide el nivel de residuos que tiene el aire. Grave
debe ser la cosa para que un Gobierno como el chino, poco dado a alertar a la
población, decrete una alerta amarilla y recomiende a niños, abuelos y enfermos
quedarse en casita.
Los
problemas medioambientales se están convirtiendo en una de las grandes
preocupaciones de la población china, y la mayoría de las protestas que se
producen en el país son por este motivo o por la corrupción. Y es que aunque en
Pekín se llevaron a cabo numerosas acciones en 2008 para mejorar la calidad del
aire con vista a los Juegos Olímpicos, no parece que haya cambiado demasiado la
situación. De hecho, desde que la Embajada estadounidense publica los datos de
contaminación allá por 2008, nunca se había llegado al nivel de ayer de 755 (y
en algunos lugares de la ciudad se dice que se llegó a 900).
Este número se refiere a partículas PM2,5 (se supone que las más perjudiciales
para la salud), y por hacer una comparación, en Madrid el sábado por la
mañana había entre 25 y 30. Si miramos el viernes, para coger también un día laboral, en
Plaza Castilla no pasó en ningún momento del día de 35, según datos del ayuntamiento. Incluso
se llegó a especular con que el medidor de la embajada no hubiera soportado tanta
contaminación y tras llegar a 500 y salirse del índice se hubiera estropeado.
Cierto
es que hay algunos indicios de que el Gobierno se está dando cuenta de la
importancia que tiene este asunto para la población. Por ejemplo, desde el año
pasado se han puesto controles de contaminación en numerosos puntos de la
ciudad. Eso sí, miden unas partículas que no son tan dañinas, con lo que los
datos no coinciden con los de la Embajada de EEUU, que son en los que se fija
casi todo el mundo. El tiempo dirá, pero no será fácil conseguir los objetivos fijados de mejora de la calidad del aire, cuando cada año la economía crece a ritmos
del 8%.
Casualidad
o no, el año pasado también se vivió la peor época en enero. Y es que la
energía que se consume para calentar una ciudad de 20 millones de habitantes
debe de ser descomunal (y encima proviene del carbón en su mayoría). Además, con el frío, se tiende a coger mucho más el
coche que en otras épocas del año. También influye la meteorología, pues Pekín
se encuentra rodeado de montañas y si no hay viento la masa contaminada no
avanza y se queda atrapada, que es lo que está pasando.
En
el día a día esto supone vivir en una constante niebla, con una visibilidad que
puede bajar hasta los 150 metros (motivo por el que se han cerrado autopistas y
cancelado vuelos en algunos lugares de China). Lo malo es que en el fondo sabes
que no es niebla, sino que te estás fumando un par de cajetillas de tabaco
diarias como poco. Por ello los pekineses, y no pekineses, salen a la calle con
mascarillas, lo que te hace sentir en Fukushima más que en Pekín.
Tal
es la habitualidad de estos días de contaminación, que las mascarillas se han
convertido en un complemento más dentro de la moda, especialmente la femenina.
Así, te puedes encontrar mascarillas que simulan la cara de un oso panda, otras
con lunares, otras que incorporan ya las orejeras para el frío… y así mil y un
modelos diferentes (quien tenga un poco de curiosidad que entre en http://www.tao-bao.es/, por ejemplo, y ponga la palabra máscaras en la
búsqueda).
Lo
peor de todo es que te no te queda otro remedio que acostumbrarte, y mientras que durante la primera semana me quedaba impactado con la boca abierta con este fenómeno, ahora solo pienso en
cerrarla para que entre la menor cantidad de mierda “niebla” posible.
Foto de hoy por la tarde, con los niveles ya por debajo de 450
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