13 de mayo de 2013

Tailandia en 8 momentos

 Las vacaciones del puente de principios mayo estaban marcadas en rojo desde hace tiempo. El destino elegido era Tailandia, un país que aúna las selvas y montañas del norte con algunas de las mejores playas del mundo, tradición y templos con la creciente modernidad de Bangkok. Sin duda, uno de los destinos turísticos más deseados de toda Asia.

Para no aburrirles más de lo que ya suelo hacer, he seleccionado ocho momentos del viaje que, o bien me parecen los mejores del viaje, o bien los recuerdo por ser anecdóticos. Empezamos:

1. La llegada a Bangkok estaba perfectamente planeada. El vuelo de uno de los integrantes del viaje, procedente de Líbano (con escala en Qatar) debía aterrizar justo 10 minutos antes que el mío. Como no tendríamos posibilidad de comunicarnos, nos veríamos en la cinta de maletas del vuelo Pekín. Nada salió bien. Mi vuelo se retrasó primera una hora, y luego otra más (una constante de las aerolíneas chinas) mientras que el de Qatar llegó incluso antes.

Total que llegué a Bangkok a las 3 de la mañana, solo, perdido en el aeropuerto (bueno, me seguían dos chinas que se pensaban que me sabía el camino) y sin saber si había que pagar por el visado. Después de un par de aclaraciones, una hora para pasar aduana, y otra hora de taxi, llegué finalmente al hostal a las 5 de la madrugada donde me esperaba un madrileño que vive en El Cairo, un segoviano afincado en Beirut y un ciudadrealeño que anda por Teherán.  Ni el mejor de los chistes.

2. La primera parada al día siguiente era el Palacio Real. Sin duda el templo más vistoso de todos los que vimos en Tailandia y uno de los que más me ha gustado de los que he ido. Y no será porque a estas alturas del año no tenga con qué comparar (cierto que la Ciudad Prohibida aún la tengo pendiente en la agenda). No solo es el más grande, sino que la combinación de colores en la gran variedad de edificios que  tiene en el interior es increíble. Casi mejor ver un par de fotos:






3. Probablemente lo que más me gustó para ver en Bangkok fue la combinación del río y el templo Wat Arun. El templo en sí no me dice mucho, pero la combinación de este y sus alrededores con el río es preciosa. Además, es posible subir a lo alto del templo (perdón, escalar, que la pendiente de las escaleras deben de ser del 85%, y sin arnés ni nada). Desde arriba las vistas son una maravilla.




4. Como no podía ser de otra forma, parte del tiempo en Bangkok lo dedicamos a pasear por las calles de Khaosan Road y aledaños. Estas podían denominarse perfectamente “The streets that never sleep”. El ambiente está asegurado, de día y de noche. Cientos de puestos de ropa, souvenirs, pulseras y comida se amontonan en las aceras, mientras los tuk-tuk tocan la bocina en un intento vano de hacerse camino. Mientras, decenas de turistas se relajan disfrutando de un masaje; otros prefieren una buena caña en cualquier de las múltiples terrazas. El ambiente por la noche no cambia demasiado salvo por el exponencial incremento de alcohol que fluye por la calle y por la mayor aparición de tailandesas (¿tailandeses?) que te ofrecen su compañía si andas algo deprimido. Aquí no pudo faltar la degustación del escorpión, la misma que recuerdo haber visto hace unos años en Callejeros Viajeros y haber dicho para mis adentros: “lo que hay que hacer para salir en la tele”.






5. La siguiente parada a Bangkok fue Chiang Mai, al norte del país. En el afán de aprovechar lo mejor posible los días, decidimos coger un tren nocturno con camas, de manera que no perdiéramos mucho tiempo en el trayecto. El tren va a una velocidad aproximada de 40-50 km/h, así que tardamos 15 horas en llegar (de las cuales por suerte más de la mitad fueron durmiendo). Las horas que estábamos despiertos fuimos literalmente acosados por una buena señora que quería vendernos cervezas al coste que fuera. Treinta y cinco veces la respuesta fue “no, thanks”, treinta y cinco veces la mujer volvió con su “Do you want beers?”. Al final, llegada a las 11 de la mañana a Chiang Mai donde personal del hostal nos estaba esperando.

6. En Chiang Mai hicimos muchas cosas. Vimos templos pa’ aburrir, hicimos rafting, treking, montamos en elefante, recorrimos varios mercadillos, etc. Pero me quedo con los dos masajes que nos dimos. El primero fue de espalda y cuello al más puro estilo tailandés, esto es, clavándote el codo y los nudillos. La tailandesa que me lo dio era flaca a rabiar, lo que hacía que sus afilados huesos se dejaran notar todavía más. Por momentos no supe si lo estaba disfrutando o si acababa de pagar 4 euros (sí, ¡cuatro!) para sufrir durante una hora.

El segundo era de pies y piernas, lo cual tiene su gracia cuando uno tiene cosquillas en la planta de los pies. Pero después de un rato en tensión, al final te acabas relajando e incluso hubo final feliz (me refiero a que al final me quedé dormido, claro).



7. De nuestros tres días y medio de estancia en la playa y en las numerosas islas a las que fuimos, me ha costado quedarme con dos momentos. No obstante, sí tengo claro es que uno de ellos debe ser el día en Railay. Las playas de esta especie de bahía son paradisiacas, probablemente las mejores en las que haya estado nunca. Cierto es que el turismo va haciendo mella y pierde parte de su encanto cuando la compartes con 50 personas más. Pero a pesar de ello, y de los cuarenta grados a los que estaba el agua (realmente no lo sé, pero estaba muy caliente) merece mucho la pena si estás por la zona acercarse a verlo. También es un destino ideal para escalada, por los acantilados escarpados que hay en esta costa.





8. Por último, por lo surreal del asunto, no me olvidaré de la tormenta que nos cayó mientras íbamos en barco el día que tocaba visitar Koh Phi Phi. Tampoco de ese momento en el que, cayendo como estaban litros y litros de agua, la señora del barco nos dice: “Ahora os bajáis aquí 45 minutos”. Pues eso hicimos, nos cogimos el tubo y las gafas, y nos pusimos a hacer snorkling bajo una de las lluvias más copiosas y agresivas (las gotas de agua al chocar en la espalda prometo que escocían) que he vivido nunca.

Me faltarán muchos momentos, seguro, pero creo que con estos ilustro bien lo divertido y provechoso del viaje a este gran país que es Tailandia y al que espero poder volver algún día.

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