Para
no aburrirles más de lo que ya suelo hacer, he seleccionado ocho momentos del
viaje que, o bien me parecen los mejores del viaje, o bien los recuerdo por ser anecdóticos. Empezamos:
1. La
llegada a Bangkok estaba perfectamente planeada. El vuelo de uno de los
integrantes del viaje, procedente de Líbano (con escala en Qatar) debía
aterrizar justo 10 minutos antes que el mío. Como no tendríamos posibilidad de
comunicarnos, nos veríamos en la cinta de maletas del vuelo Pekín. Nada salió
bien. Mi vuelo se retrasó primera una hora, y luego otra más (una constante de
las aerolíneas chinas) mientras que el de Qatar llegó incluso antes.
Total
que llegué a Bangkok a las 3 de la mañana, solo, perdido en el aeropuerto (bueno,
me seguían dos chinas que se pensaban que me sabía el camino) y sin saber si
había que pagar por el visado. Después de un par de aclaraciones, una hora para
pasar aduana, y otra hora de taxi, llegué finalmente al hostal a las 5 de la
madrugada donde me esperaba un madrileño que vive en El Cairo, un segoviano
afincado en Beirut y un ciudadrealeño que anda por Teherán. Ni el mejor de los chistes.
2. La
primera parada al día siguiente era el Palacio Real. Sin duda el templo más
vistoso de todos los que vimos en Tailandia y uno de los que más me ha gustado
de los que he ido. Y no será porque a estas alturas del año no tenga con qué
comparar (cierto que la Ciudad Prohibida aún la tengo pendiente en la agenda). No
solo es el más grande, sino que la combinación de colores en la gran variedad
de edificios que tiene en el interior es
increíble. Casi mejor ver un par de fotos:
3. Probablemente
lo que más me gustó para ver en Bangkok fue la combinación del río y el templo
Wat Arun. El templo en sí no me dice mucho, pero la combinación de este y sus
alrededores con el río es preciosa. Además, es posible subir a lo alto del
templo (perdón, escalar, que la pendiente de las escaleras deben de ser del
85%, y sin arnés ni nada). Desde arriba las vistas son una maravilla.
4. Como
no podía ser de otra forma, parte del tiempo en Bangkok lo dedicamos a
pasear por las calles de Khaosan Road y aledaños. Estas podían denominarse
perfectamente “The streets that never sleep”. El ambiente está asegurado, de
día y de noche. Cientos de puestos de ropa, souvenirs, pulseras y comida se
amontonan en las aceras, mientras los tuk-tuk tocan la bocina en un intento
vano de hacerse camino. Mientras, decenas de turistas se relajan disfrutando de
un masaje; otros prefieren una buena caña en cualquier de las múltiples
terrazas. El ambiente por la noche no cambia demasiado salvo por el exponencial
incremento de alcohol que fluye por la calle y por la mayor aparición de tailandesas (¿tailandeses?) que te ofrecen su compañía si andas algo deprimido. Aquí no
pudo faltar la degustación del escorpión, la misma que recuerdo haber visto
hace unos años en Callejeros Viajeros y haber dicho para mis adentros: “lo que
hay que hacer para salir en la tele”.
5. La
siguiente parada a Bangkok fue Chiang Mai, al norte del país. En el afán de
aprovechar lo mejor posible los días, decidimos coger un tren nocturno con
camas, de manera que no perdiéramos mucho tiempo en el trayecto. El tren va a
una velocidad aproximada de 40-50 km/h, así que tardamos 15 horas en llegar (de
las cuales por suerte más de la mitad fueron durmiendo). Las horas que
estábamos despiertos fuimos literalmente acosados por una buena señora que
quería vendernos cervezas al coste que fuera. Treinta y cinco veces la
respuesta fue “no, thanks”, treinta y cinco veces la mujer volvió con su “Do
you want beers?”. Al final, llegada a las 11 de la mañana a Chiang Mai donde
personal del hostal nos estaba esperando.
6. En
Chiang Mai hicimos muchas cosas. Vimos templos pa’ aburrir, hicimos rafting,
treking, montamos en elefante, recorrimos varios mercadillos, etc. Pero me
quedo con los dos masajes que nos dimos. El primero fue de espalda y cuello al
más puro estilo tailandés, esto es, clavándote el codo y los nudillos. La
tailandesa que me lo dio era flaca a rabiar, lo que hacía que sus afilados
huesos se dejaran notar todavía más. Por momentos no supe si lo estaba
disfrutando o si acababa de pagar 4 euros (sí, ¡cuatro!) para sufrir durante
una hora.
El
segundo era de pies y piernas, lo cual tiene su gracia cuando uno tiene
cosquillas en la planta de los pies. Pero después de un rato en tensión, al final te
acabas relajando e incluso hubo final feliz (me refiero a que al final me quedé dormido,
claro).
7. De
nuestros tres días y medio de estancia en la playa y en las numerosas islas a
las que fuimos, me ha costado quedarme con dos momentos. No obstante, sí tengo
claro es que uno de ellos debe ser el día en Railay. Las playas de esta especie
de bahía son paradisiacas, probablemente las mejores en las que haya estado
nunca. Cierto es que el turismo va haciendo mella y pierde parte de su encanto
cuando la compartes con 50 personas más. Pero a pesar de ello, y de los
cuarenta grados a los que estaba el agua (realmente no lo sé, pero estaba muy
caliente) merece mucho la pena si estás por la zona acercarse a verlo. También
es un destino ideal para escalada, por los acantilados escarpados que hay en
esta costa.
8. Por
último, por lo surreal del asunto, no me olvidaré de la tormenta que nos cayó
mientras íbamos en barco el día que tocaba visitar Koh Phi Phi. Tampoco de ese momento en el que,
cayendo como estaban litros y litros de agua, la señora del barco nos dice:
“Ahora os bajáis aquí 45 minutos”. Pues eso hicimos, nos cogimos el tubo y las
gafas, y nos pusimos a hacer snorkling bajo una de las lluvias más copiosas y
agresivas (las gotas de agua al chocar en la espalda prometo que escocían) que
he vivido nunca.
Me
faltarán muchos momentos, seguro, pero creo que con estos ilustro bien lo
divertido y provechoso del viaje a este gran país que es Tailandia y al que
espero poder volver algún día.
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