Por
fin parece que el calor nos da un poco de tregua y es hora de echar la vista
atrás. No puedo hacer una comparación con otros años para evaluar si este
verano ha sido más caluroso de lo normal o no –aunque en Shanghai han llegado a
topes históricos-, pero lo cierto es que a pesar de las altas temperaturas y de
los niveles de humedad importantes, me esperaba Pekín más insoportable. Lo
cambio por el invierno sin dudarlo un segundo. El ambiente en las calles se
vuelve más alegre, afloran las terrazas, las botellas de Tsingtao y de Yangjing (conocidas cervezas
locales) se multiplican y el aire acondicionado se convierte en un bien de
primera necesidad. En definitiva, los mismos síntomas de verano que se pueden
dar en Barcelona o en Milán.
Sin
embargo, no todo es tan normal como parece. Sin ir más lejos, allá por mayo-junio, te extraña que en
el día más despejado que ha hecho desde que llegaste a Pekín, la gente vaya proveída de paraguas. Como te han dicho que verano es la época más lluviosa del
año –es totalmente cierto-, piensas que se trata de gente precavida.
Sin
embargo, nos adentramos en los meses más calurosos y los paraguas se reproducen
como una plaga, al tiempo que las viseras de las gorras se ensanchan y las
gafas de sol empiezan a cubrir por completo la cara de las chinas. Incluso parece que las blusas son todas de manga larga. Algo sucede.
A
pesar de las evidencias, no empiezas a reflexionar sobre el significado de
todos estos detalles hasta el momento que ves a una señora conduciendo una bicicleta
con una máscara propia de un soldador. Verídico y no es un caso aislado.
En
ese momento la sospecha de que las chinas no quieren ponerse morenas se convierte
en la mayor de las certezas. Ya sabía que los cánones de belleza difieren mucho
según la parte del mundo en la que estés, pero eso no rebaja la sorpresa al
comprobarlo de una manera tan abrumadora.
Por
supuesto, esta súper protección contra los rayos solares –que la piel agradece,
dicho sea de paso- supone dar un uso a la playa muy diferente a la que se le da
en muchas partes del mundo. Para un chino, ir a la playa no es ir a tomar el
sol. Supone, en primer lugar, ir a ver el mar –gran parte de la población del
interior del país no tiene esta oportunidad muy a menudo. También es
refrescarse en la orilla del mar del calor reinante, con los pantalones a media
rodilla. O, para los más atrevidos, supone darse un chapuzón a cuerpo entero.
Por tanto, la acumulación masiva de gente no se produce en la arena, con
cientos de personas tumbadas como lagartos expuestos al sol, sino a la orilla
del mar.
La escena en la playa se vuelve más divertida aún por la aglomeración de flotadores de todos los tamaño y colores, pues en China es muy común no saber nadar.
El
origen de esta obsesión por mantener la blancura de la piel proviene, como
decía, de los cánones de belleza en China. Históricamente y aún hoy, estar
moreno se relaciona con los campesinos que pasan horas trabajando de sol a sol y que por ende están nigérrimos.
Coger color significa ser uno de ellos, y siendo la china una sociedad
clasista, es algo que ha acabado enraizándose en los patrones de belleza del
país. No obstante, es curiosa la importancia que tiene este patrón en el género
femenino, muy por encima de la que se le da entre los hombres.
Precisamente,
entre los hombres hay otra costumbre muy extendida que no pasa desapercibida
para aquel que lleva en el país poco tiempo. Más que costumbre, se trata de una
forma de mitigar el calor, y consiste en remangarse la camisa hasta debajo del
pecho, dejando la barriga al descubierto. No seré yo quien ponga en duda la efectividad de tan peculiar método.
Y
como China siempre depara sorpresas mayúsculas, este verano no ha sido
diferente. Al noreste del país llegó una plaga de algas verdes a principios de
julio que dejó las playas de Qingdao en este estado.
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